Storm (MakoHaru)

(TERMINADO: 2015) One shot.

El sol caía lentamente, tiñendo las nubes de rosa como algodones de azúcar. Se podía escuchar el rugir del océano, con la marea subiendo lentamente, mientras las cigarras salían de sus escondites y comenzaban a cantar. Ah, un hermoso atardecer, de un hermoso verano, caía delante de ambos jóvenes mientras estos volvían a casa.

El entrenamiento había sido duro. El programa de Gou cada vez era más profesional, y esto implicaba mucho más esfuerzo de parte del club de natación de Iwatobi. Excepto para el moreno, que disfrutaba cada segundo dentro de la piscina como si fuera el último, para él, más horas de entrenamiento, eran una bendición. No obstante, no para todos era así, incluyendo a Makoto, que aunque no debía aprender desde cero como Rei, también debía perfeccionar su técnica. Haru caminaba al mismo ritmo de siempre, mirando adelante, hacia las nubes y el camino rodeado por césped; y atrás estaba el castaño, con pesado andar, arrastrando los pies.

–Haru, aún no entiendo cómo es que no estás cansado –suspiró, soltando una risa junto con una bocanada de aire –. Hemos estado entrenando toda la tarde.

–Entrenar me gusta porque puedo nadar. Nadé toda la tarde, y eso me pone feliz.

–En realidad, el haber estado en la piscina todo el día ha sido bueno al final, porque ha hecho un calor tremendo –rió Makoto, acercándose a él y tomando su paso. Haru lo miró escasos segundos y continuó caminando con su mirada fija al frente. Un pequeño silencio se formó entre ambos, hasta que el más alto continuó la conversación –. Yo creo que hemos mejorado mucho, ¿no, Haru? Rei, en especial. Y pensar que al principio ni siquiera podía flotar correctamente –rió, y el pelinegro se limitó a encorvar levemente una de las comisuras de sus labios.

El calor, a pesar de ya estar anocheciendo, no disminuía. Mientras las sombras comenzaban a crecer cada vez más, ellos subieron las escaleras juntos, donde arriba se encontraba la casa de Haruka. Siempre parecía tan apacible, tranquila, justo como su dueño.

El fresco, de alguna manera, había permanecido encerrado dentro de la pequeña casa. Dejaron los zapatos afuera, y Makoto se deleitó por unos segundos con el piso frío de la casa, quedándose de pie descalzo. Siguió al dueño de casa dentro de la misma, donde prontamente se colocó un delantal azul y se dispuso a cocinar caballa al vapor. Al parecer a Nanase sólo le gustaba eso, lo incluía en todo en su dieta, tal vez hasta comía helado de caballa, pensaba a veces el castaño. Se sentó a la mesa, observándolo desde allí, mientras se quitaba la calurosa campera del equipo y la dejaba a su lado en el suelo.

Makoto podía pasar horas mirando a Haru. Desde niños había sido así, aunque entonces había sido una fascinación por él, por su manera de nadar, por su aura misteriosa y sus azulísimos ojos. Lo seguía a todas partes, ellos dos eran un solo siempre. Incluso aquel día que marcó uno de sus más grandes temores, el moreno había estado allí con él. Ese día, lo había cuidado. Y desde entonces, tal  vez los roles habían cambiado un poco, ya que el miedoso castaño seguía siendo miedoso, pero ahí estaba siempre cuidándole cada que se le daba la oportunidad. Las cosas habían cambiado, sí. Porque desde los últimos años, Makoto comenzó a pensar en que tal vez la fascinación y cariño estaba convirtiéndose en otra cosa. Algo más fuerte, quizás.

Tal vez estaba sintiéndose cada vez más enamorado de Haruka Nanase, aunque intentaba negarlo con todas sus ganas. No quería pensar en lo que ocurriría si cometía la estupidez de llegar alguna vez a confesarlo. No, aquello era una mala idea. Su mejor amigo tenía que seguir siendo lo que toda su vida había sido, un platónico mejor amigo. Se obligaba a pensarlo aunque él bien sabía que hacía mal en reprimir sus emociones e intentar sofocar sus sentimientos. Pero es que simplemente no podía hacerlo. Porque ese, ese era el peor temor del castaño.

El miedo más terrible y la pesadilla más tormentosa de Makoto Tachibana era perder a Haru.

Cenaron mientras hablaban del próximo torneo por el cual estaban entrenando tan intensamente. Todos se sentían muy emocionados en el club, decididos a que esta vez se llevarían consigo el trofeo y medallas del primer lugar. Rei estaba entrenando como nunca en su vida, recitaba cada una de las teorías mientras calentaba, Nagisa le ponía mucho empeño en mantener la velocidad siempre igual, siempre enérgica como él mismo. Gou estaba muy concentrada en crear y buscar para ellos rutinas de entrenamiento eficaces y duras, para fortalecer as debilidades de cada uno. Sin duda, tal vez, para ella era bastante difícil, ya que no era algo en lo que hubiera estado toda su vida como la mayoría de los miembros, y estaban todos muy agradecidos por su gran dedicación, ya que esta daba frutos cada vez mejores.

Haru seguía repitiendo lo mismo cada vez que Gou intentaba que practicase estilos diferentes: “Yo sólo nado estilo libre”. Ella ya había dejado de intentarlo con él después de la vez número diez.

El castaño lavaba por platos mientras el dueño de casa se duchaba. Podía oír el agua de la ducha desde la cocina, cayendo sobre el cuerpo del chico y las paredes de azulejos de la ducha. Alejó aquellos pensamientos con una sacudida de cabeza, intentando concentrarse en quitar los restos de escamas de la sartén. Ya cuando hubo terminado, aún escuchaba el ruido de la ducha. “Él siempre tarda en bañarse, porque le gusta sentir el agua como sea”, pensó, riéndose. Le conocía todas las mañas.

Cuando hubo preparado sus cosas, se dispuso a volver a ponerse sus zapatillas en la entrada de la casa, cuando sintió como un sonoro trueno sacudía la casa. Pegó un salto exagerado para la situación, pero, ¿Qué se podía esperar del Pollito Mojado Tachibana-kun? Se asomó a la ventana de la cocina, y contempló como una auténtica tormenta de verano se desarrollaba en las afueras del acogedor hogar de su amigo. Sólo duró escasos segundos asomado tras ver cómo un azul rayo caía de entre las antes rosadas nubes, iluminándolo todo y parándole el corazón. Cerró rápidamente, consciente de que si había un rayo, pronto escucharía un terrible y estremecedor trueno.

–¿Makoto? –preguntó el moreno, secándose el cabello con una toalla, recién salido de bañarse -¿Qué pasa?

–Hay u… una tormenta, allá a…afuera –tartamudeó, aunque intentando evitarlo. Haru lo observó, tan temeroso y con aquella mirada de terror, y se volteó, caminando en dirección al comedor.

–Puedes quedarte a pasar la noche aquí. Llámale a tus padres.

Haruka estaba vestido con unos shorts azules y una camiseta liviana amarilla, secándose el cabello con una toalla blanca, sentado en el suelo. Cundo Makoto hacía la llamada, intentó calmarse. No tendría que salir en medio de aquel oscuro festival veraniego del horror, se quedaría a salvo en el fresco hogar de su mejor amigo a pasar la noche. No había ningún problema, pensó.

Pero no fue hasta que finalizó la llamada que se dio cuenta de que podría haber muchas complicaciones con él mismo al pasar la noche con Haruka Nanase. Porque tendría que evitar cualquier pensamiento relacionado con el enorme enamoramiento que tenía con él.

Fuera de la apacible casa, se podía ver cómo el paisaje costero cado dos por tres se iluminaba de repente con la caída de un rayo luminoso de entre las nubes. Los truenos sonaban distantes, como apenas un rugido, aunque para Makoto aquello era como oír a una terrible y maléfica bestia que vendría pronto a por él. Aquel festival de viento y gruñidos le ponía los pelos de punta, aunque el moreno ni se inmutaba. Haruka continuaba secando su cabello, sentado en el suelo, en una calma total.

–Makoto, es sólo una tormenta –al castaño le avergonzaba que le tuviesen que calmar, pero no podía no asustarse, aquello era parte de su adorable personalidad –, pasará pronto, ya verás.

–Lo sé –intentó reír, para fingir que estaba bien. Pero por error emitió un agudo sonido ahogado, que provocó una mirada dura de su amigo. Bien, ahora sentía más vergüenza.

Si quedarse a dormir en la casa de su enamorado secreto era malo, peor sería ahora que se encontraba asustado como un pequeño cachorro. No debía ser así, ¡ya era bastante mayor! Y aquello era sólo una tormenta de verano, algo que no asustaba a la mayoría de las personas.

Pero no podía evitar el pensar que ellos vivían en un pueblo costero. El océano alterado, el viento arremolinado, arrastrando y hundiendo todo lo que flotaba en él a su paso. Un escalofrío le recorrió la espalda hasta la nuca. Pensar en aquel incidente le hacía mal, le congelaba, ya él mismo lo había comprobado con el incidente del campamento del club. Aún no podía quitarse el cargo de consciencia de haber puesto a Haru en peligro, y además no haber servido de ayuda con el rescate; él había sido sólo una carga y una pérdida de tiempo. Deseaba mucho que aquel miedo se fuera de él y le dejara en paz, en especial en aquel momento que podía oír las furiosas olas del mar golpear las rocas de la costa.

Un montón de imágenes aterradoras del mar furioso invadieron su mente. Odiaba eso, lo odiaba mucho. Odiaba el ser tan miedoso con todo, con una simple tormenta. Sintió el escalofrío nuevamente, cuando la mano de su amigo le sacó de sus pensamientos, sacudiéndole levemente. Dio un pequeño salto y sonrió forzadamente, mirándolo. Haruka tenía aquella expresión de preocupación en su rostro que había visto varias veces; mirándolo. Estaba preocupado por él.

–Ya sé que estás pensando en eso. Pero todo está bien, aquí nada pasará; y no tienes que enfrentarte a ello. Está bien que tengas miedo.

–Haru… –¿cómo podía ser tan tierno sin siquiera darse cuenta? Siempre sabía que era lo que estaba pensado. La verdad era que quería abrazarle, acurrucarse y quedarse así hasta que pasara la tormenta. Y el día, y los años. No quería soltarlo, aunque ni siquiera lo había abrazado en la realidad. No podía hacerlo, lo sabía –gracias. Estaré bien, Haru, no te preocupes por mí.

Pero le gustaba que se preocupase. Hacía que alguna pequeña esperanza creciera dentro de su corazón, una pequeña esperanza de que podrían estar juntos incluso si le dijera lo que le pasaba. Pero todo lo demás le decía lo contrario; y prefería hacerle caso a ese lado. No quería arriesgarse, porque no quería escuchar aquellas palabras, que sabía que lo iban a destrozar.

Además, ¿lo que sentía estaba bien? Le gustaba Haru, no todos los chicos. Pero Haru era un chico. ¿acaso era eso posible? No lo entendía, y no sabía de dónde sacar las respuestas. No quería ni pensar en qué pasaría si los demás chicos se daban cuenta de lo que le pasaba. Las competencias juntos, tantos chicos, tantas veces que estuvieron juntos en los vestidores sin ningún problema; si ellos lo sabían se iban a asustar de él. Seguramente lo iban a apartar, y tendría que dejar el club, y por ende dejaría de nadar. Porque Makoto quería nadar con su equipo, con todos, con Haruka. Pero si lo decía, lo iba a perder todo. Era mejor sólo intentar ahogar aquellos que era confuso en su corazón hasta hacerlo desaparecer, porque aunque fuera doloroso, lo era menos que perderlos a todos.

Así que suspiró, y sintió cómo se le estrujaba el corazón de dolor. Pero estaba bien, podía soportarlo.

–Me pregunto si los chicos están bien. Nagisa dijo que iría a comer sushi.

–En ese caso estará bien en el restaurante –dijo Haru, mientras se ponía de pie para cerrar las cortinas. Se había dado cuenta, al parecer, que cada vez que afuera se iluminaba, su compañero se estremecía.

El castaño tomó su celular y buscó entre los contactos el nombre del rubio. Él siempre se preocupaba por todos, así que llamarle sería bueno, pensó. Tras tres tonos, pudo escuchar la feliz voz de Nagisa.

–Oh, estoy bien. ¡Gracias por preocuparte, Mamá-Mako! –exclamó alegremente, mientras al parecer comía algo. Nagisa le había apodado así por su constante interés en todos –Ah, sí. Es Makoto, está preguntando si estamos bien, ¿no te parece atento? –rió leve – ¡Vamos, Rei-chan, saluda! No seas maleducado.

Escuchó una pequeña discusión en la línea. Eran los gritos de Rei y Nagisa, al parecer el último quería que también hablase, y Rei argumentaba que no hablara con la boca llena, porque eso no era hermoso. Le causó gracia, como todas las discusiones de aquellos dos. Y después de unos cuantos gritos más, alguno tomó el teléfono.

–¿Makoto-senpai? –tartamudeó, mientras se escuchaba como Nagisa continuaba hablándole.

–Hola, Rei. Me alegra que ambos se encuentren bien con la tormenta.

–Ah, sí. Yo iba a irme a casa, pero Nagisa-kun me invitó a que lo acompañara a comer, y no me dejó negarme.

–Así es él –es castaño rió, imaginándose la situación. El rubio arrastrando por el brazo a Rei hasta el restaurante, mientras este intentaba inútilmente de librarse de él.

–¿Usted se encuentra bien?

–Sí, lo estoy. Estoy con Haru en su casa, así que nada nos pasará a ninguno de los dos.

–Es un alivio. Yo desearía irme también a casa, pero supongo que tendré que esperar hasta que la tormenta pase un poco –dijo, bastante tranquilo. Si estaba con Nagisa, seguro que no se iba a aburrir.

–¡Mako-chan! –al parecer le había quitado el celular – No te asustes, ¿vale? ¡Todo estará bien!

Todos sabían de aquel miedo, no le pareció malo que se enteraran; pero pudo escuchar a Rei regañándole, lo cual lo hizo reír de nuevo. Cuando la llamada terminó, se puso de pie y se dirigió a la cocina por un vaso de agua, donde encontró a Haru cerrando también las cortinas.

–Nagisa y Rei están bien, siguen en el restaurante –sólo obtuvo como respuesta un movimiento de cabeza, pero aquello le bastaba. Él sabía que aunque el moreno no expresara sus sentimientos demasiado a menudo, los tenía. Se preocupaba por todos y los apreciaba, tal y cómo él.

Sin embargo, él nunca había podido terminar de descifrar qué se encontraba en aquellos azules y profundos ojos. Haru podía adivinar el pensamiento de Makoto con sólo una mirada, él era una persona bastante transparente para todos, pero Haruka siempre había mantenido cierta aura de misterio incluso para su mejor amigo, porque había veces que no podía saber en qué pensaba a menos que le preguntara, aunque aquellos acontecimientos entre ellos eran contados. A menudo el castaño se había preguntado en qué pensaba cuando se quedaba mirando a la nada.

Ambos decidieron ver tv por un rato. Los programas eran todos repetidos, y los canales locales estaban cortados, tal vez debido a la tormenta. Se quedaron por unos minutos viendo un informe sobre la vida marina, peces y cosas así. A Haru eso le llamaba la atención, y Makoto veía enternecido como éste prestaba atención como un niño pequeño.

Después de un rato, la noche cayó del todo, con la tormenta aún de pie y sin dar señales de que fuera a parar.

–Creo que en mi habitación se escucha menos el ruido –dijo Haru mientras se ponía de pie y se dirigía a la misma, invitando a su acompañante con un movimiento de cabeza. La mirada aterrada de Makoto no tenía comparación.

¡No podía dormir en la misma habitación! Iba a quedarse toda la noche mirándolo dormir o alguna cosa ridícula de persona enamorada. Era imposible, además, que pudiera dormir tranquilo así. Pero lo había hecho varias veces después de descubrir aquellos sentimientos, aunque entonces no eran tan fuertes. Inhaló, llenó sus pulmones y lo siguió a la habitación; no  podía ponerse en evidencia ahora.

Se acostó en la cama que su compañero había preparado para él, y se quedó mirando el techo por algunos minutos. Aún podía escuchar el infierno afuera, y el golpeteo intenso de las gotas de agua golpeando contra el techo. Algunas ramas golpeaban la ventana, pero Haru tenía razón cuando dijo que aquel era el lugar que más bloqueaba el sonido, ya que en la cocina el silbar del viento podía escucharse mucho más claro que ahí. Giró y miró la pared de la habitación, soltando un suspiro. Sí, aquello dolía. El pensar que alguna vez, tal vez, ellos podrían dormir en la misma sábana. Y sólo dormir, sólo abrazar al moreno y sentir su corazón latir mientras estaba dormido, sentir el calor de su cuerpo. Sólo eso, sólo hacerlo como cuando eran niños y uno dormía en casa del otro; sin nada sucio o algo así.

La inocencia de Makoto aún estaba presente, y eso se notaba perfectamente en la manera que estaba enamorado de su mejor amigo. Nunca en la vida había pensado en hacer nada relacionado con el sexo, era una manera muy inocente de amar, como aquellas que ya no se encuentran. Él sólo quería poder abrazarlo un rato largo, tomar su mano, cuidar de él aún más de lo que hacía en ese momento. No hacer nada más con su cuerpo que besarlo en los labios. Su corazón era aún tan puro, tan transparente que se podía leer con sólo una mirada. Aunque al parecer el moreno no podía leerlo, lo único que debía leer en él, y no podía hacerlo. O al menos no lo demostraba.

–Haru, ¿estás despierto?

–Sí.

–Ah, está bien.

–¿Qué pasa? –el moreno se volteó. Inhaló y dirigió su mirada a él de igual manera.

–¿Puedo preguntarte algo? –sentía los nervios hacerle doler el estómago.

–Sí.

–Es que me pregunté que piensas sobre… verás –soltó una de sus risas pesadas, intentando parecer más relajado –, he visto que últimamente hay muchas parejas de chicos.

–Sí, hay varias más que antes.

–¿Qué piensas de eso? –no sabía de qué otra forma ponerlo, sería demasiada vergüenza preguntar “¿qué piensas de los gays? Porque yo creo ser uno de ellos”.

–Pues –el castaño sentía como su corazón iba a mil por hora –, creo que son sus vidas. Pueden hacer lo que quieran. No tiene relevancia en nada.

–Ya veo –rió, esta vez de verdad, sintiendo alivio –es que hay muchas discusiones por ello.

–Son discusiones estúpidas, nadie puede decirte que hacer. O qué sentir. Es como si obligaran a alguien que no le gusta el agua a nadar –sabía que sacaría alguna comparación relacionada con la natación, lo conocía –, esas personas son una falta de respeto para el agua.

Makoto sintió la calma invadir su ser. Asintió con la cabeza y habló con él unos minutos más de nada, sólo cosas aleatorias. Una pequeña esperanza más creció dentro de él, una esperanza de qué tal vez las cosas no serían tan malas. Si era rechazado, por lo menos no se apartaría. Nada sería igual, dolería muchísimo, pero no lo abandonaría del todo.

Durmió unos minutos en absoluta calma, como no lo hacía desde varios días, relajado. Cuando despertó media hora después, no escuchó los rugidos de los truenos, aunque aún podía escuchar el golpeteo en el techo y el leve silbido del viento. Se levantó para ir al baño y al volver corrió levemente la cortina de la habitación y observó la oscuridad de la noche. La gran tormenta aún estaba ahí, aunque en absoluto silencio. El agua seguía cayendo a baldadas y el en cielo no se veían las estrellas, cubiertas por la oscuras nubes y el viento arremolinándolas. Algunas ramas seguían golpeteando contra el cristal. Sin saber por qué, en ese momento Makoto se quedó en paz mientras observaba la lluvia.

Tal vez se debía a que gran parte de él se encontraba mucho más tranquilo.

Cuando se dispuso a acostarse nuevamente, pudo observar como su compañero estaba sumido en un sueño pesado. No roncaba, pero no se movía para nada, lo cual era señal de que estaba muy, muy dormido. Se agachó un poco para mirar el rostro dormido de Haru. Sus azules ojos estaban cubiertos por sus párpados, que cada unos cuantos segundos se arrugaban levemente, haciendo notar el movimiento debajo de ellos, debido tal vez a algún sueño. El castaño rio suavemente, consciente de que no debía despertarlo, pero la verdad es que le daba ternura. Se veía más joven cuando estaba dormido.

En ese momento pensó en todo lo que le quería. No tuvo dudas, estaba enamorado de Haru. Pero sabía que no se lo podía decir, aunque alguna pequeña esperanza habitara en su corazón, no era algo que pasara todos los días y que se pudiera aceptar así como así. No soportaría escuchar cómo lo rechazaba, y sentir cómo la relación entre ellos se tornaba más fría. No quería perderlo nunca. Y dolía, dolía mucho no saber qué hacer con él mismo y sus sentimientos. Dolía quedarse callado, dolía hablar, ¿qué podía hacer para no sufrir más?

Sintió cómo algunas lágrimas se deslizaban por sus mejillas. Estaba llorando en silencio sin darse cuenta. No podía hacer nada, al menos en ese momento no sabía qué hacer, así que sólo lloraba. Joder, ¿por qué tenía que ser todo tan complicado? ¿Por qué no podía arriesgarse y enfrentar su temor? Pero es que Makoto Tachibana era miedoso, eso era parte de él. Y no lo podía superar.

Se inclinó unos centímetros más y contuvo la respiración, depositando un beso suave en su frente. Las lágrimas caían con más abundancia, por sus mejillas y luego se desplomaban en el suelo. Makoto sonrió, complacido con aquel leve beso, que era lo único que un cobarde como él podía hacer.

Volvió a acostarse, y se quedó dormido casi de inmediato, tal vez porque al llorar te da más sueño.

El moreno hizo un leve movimiento. Un leve sonrojo había subido por sus mejillas, dibujándole también una pequeña sonrisa. Tenía los ojos abiertos, y se volteó para mirar desde su cama a su compañero dormido. Aún se veía la pequeña humedad en sus mejillas.

–Por fin pude leer esto, Makoto –susurró, aún con la sonrisa y el sonrojo en su rostro, mirando el rostro del chico que quería justo como el contrario lo había hecho.

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